Me provocaba muchas cosas.
Sensaciones que se olvidan, tras una máscara de crecer y madurar. Matando la forma de sentir y vivir los sentimientos, según crecemos olvidamos.
No es gustar, es mejor y diferente, es la mirada de sorpresa sincera de un niño, es el asombro de cuando se descubre la magia por primera vez, es maravillarse.
Maravillarse porque se puede, porque hace falta.
Por sentir un escalofrío en la nuca, a punto de saltar, tener la piel de gallina, cada vez que me abrazas, cada vez que te miro y no te das cuenta, lo descubres y sonríes, escuchar un cascabel en medio del asfalto y girar la mirada, buscando tus ojos entre la multitud, vernos a lo lejos y que sonrías bajando la mirada.
Y llega el odio, odio no poder abrazarte bien, odio el aire que separa mis dedos de los tuyos cuando pasas a mi lado y tengo que fingir no verte, con el corazón en la garganta, maldito el espacio que separa tus labios de los míos.
Te sigo, todas y cada una de las cosas que ya te he dicho muchas veces, y te seguiré repitiendo en susurros al oído para que no se te olviden.
Y si algún día no sigue siendo así, tendré el valor de decirlo.
Hasta ese momento, ante cualquier cosa que haga o diga, o lo que sea,
Recuerda, recuerda mi olor cuando te abrazaba, recuerda como te acogían mis brazos, recuerda mis manos en tus caderas, recuerda mi aliento en tu oreja, recuerda la forma en la que me haces sonreir, recuerda que te quiero.
Mira dentro de mis ojos y lo verás.
Sonríe, nunca dejes de sonreír y de cantar.
No dejes de llenar el mundo de tu voz y tu sonrisa.
Y cada vez que den las doce, habrás hecho que le mundo sea un poquito mejor.
Mi vida sería mucho menos mejor sin tu en ella.
Mereces la pena.
lunes, 25 de enero de 2016
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